Ni Agatha Christie lo hubiera hecho mejor. La desaparición del sofalito y su tardío hallazgo, ha hecho que se pueda incluso escribir sobre los acontecimientos acaecidos en torno al inexplicable incidente.
En un pueblo pequeño, falto por lo visto de sucesos interesantes, la pérdida del sofá del Centro de Día, ha dado pie a las más dispares especulaciones. Algunas, por cierto, muy desafortunadas.
No quiero pensar que hubiera intenciones oscuras con la desaparición del bendito sofá, pero llegados a este punto, hecho mano del refranero y digo aquello de “piensa mal y acertarás”. Parece ser que va a llevar razón Miquel Roca y “la presunción de inocencia no existe”, no sólo para su defendida, sino también para el resto de los mortales.
En un viaje tan corto como son tres kilómetros, sólo él (el desaparecido) y su raptor saben qué ocurrió. La cuestión es que como siempre suele suceder en estas circunstancias, los daños colaterales recaen en los mismos, con acusaciones sin fundamento, pero con intenciones con conocimiento.
Como si del triángulo de las Bermudas se tratara, el trozo de madera revestido de polipiel, desaparece sin dejar rastro y empiezan las preocupaciones y las llamadas de teléfono pidiendo responsabilidades.
Algo tan primordial como un sofá para una obra de teatro, no puede desaparecer sin más, y el desconcierto se hace patente. Muchas preguntas se hicieron a lo largo de los meses: ¿quien se ha llevado el sofá?, ¿por qué ha tenido que ser el sofá, si podía haber sido cualquier otro mueble de menor importancia, tal vez un biombo, que sabemos que no es cómodo aunque sirva para tapar? ¿cómo se pudo ocultar hasta pasar desapercibido? y lo que es peor…¿donde se perdió la cadena de custodia?.
A raíz de los acontecimientos se tomaron las medidas oportunas, a saber: llamadas telefónicas, sin nada de acritud, solicitando una explicación sobre la desaparición del triclinium a la responsable del último grupo de teatro que tuvo contacto con él. Por supuesto la directora de dicha agrupación teatral, informó de la desvinculación con el desaparecido, al no ser necesaria su utilización para su obra de teatro.
No complació esta argumentación a la persona encargada del mobiliario en préstamo, en el que se incluía el desaparecido, asumiendo que toda responsabilidad de la ocultación era, desde luego, del postrero grupo que hizo la representación.
Con el paso de los días, y luego los meses, el escarnio al que fueron sometidos los presuntos responsables del hurto, se hizo insostenible. Se llegó a pedir el ajusticiamiento popular de los maleantes con comunicados verbales por las tabernas e incluso por el cabildo al que pertenece el reclamado desaparecido.
Entre dimes y diretes, y como gusta de decir en algunos círculos de vecinos de que “la verdad solo tiene un camino”, el preciado artilugio hizo su aparición recientemente. En perfecto estado de conservación, eso se cree, y sin nada que declarar, el sofalito estaba donde tenía que estar, al menos eso parece ser, en su ubicación original: el Centro de Día.
Aliviados ante el feliz desenlace, la directora del anteriormente nombrado postrero grupo de teatro, y como corresponde a su nivel de implicación para con su pueblo y con el diván ausente, se ha puesto en contacto con la persona anteriormente nombrada encargada de dicho mobiliario, para dar las congratulaciones correspondientes por el afortunado final y la bienaventurada aparición del desaparecido.
Dicha exultación no ha podido ser satisfecha, ya que no había nadie al otro lado de la línea telefónica, con lo cual queda pendiente enjugar dicha conferencia, que seguro se solucionará con prontitud, la misma que la aparición del desaparecido.
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