MINA

Todo pueblo guarda un tesoro, las vidas de los que han hecho de él un lugar al que llamar hogar. A lo largo del tiempo sus historias han ido dando forma al territorio y al carácter de sus gentes. Y como resultado de ello estamos nosotros hoy aquí sin saber, ni poder, valorar a ciencia cierta el esfuerzo y el camino recorrido por todos aquellos que vivieron y murieron antes que nuestra mera existencia fuese planteada.

Años y años de historia, de vidas, de trabajo y sufrimiento, de injusticias y barbarie, de catástrofes y calamidades, pero también de grandes logros y hazañas, de actos de valor y bondad, de solidaridad. En definitiva, de la búsqueda de la felicidad. Resultado no solo de la existencia del hombre y sus complicadas, o no, relaciones sociales, sino también de su interacción con el entorno. Existe, pues, una simbiosis entre el territorio en el que el ser humano desarrolla su existencia y él mismo. La orografía, el clima, el paisaje y la forma en que el ser humano participa de ello influyen en gran medida en la formación del carácter e idiosincrasia de los pueblos.

Con el paso del tiempo, en esta sucesión de vidas encadenadas, el legado de los que ya no están va quedando grabado en la historia de diversas maneras. Las más directas, de padres a hijos, son la herencia genética, biológica, y la educación y transmisión de valores, es decir, la manera de ver el mundo y plantear la forma en que queremos vivir en él con la consecuente huella que dejaremos tanto en el entorno como en los demás.

Esta huella que dejamos, en el recuerdo y la memoria de los que nos conocieron, puede mantenernos vivos más allá de la muerte. Nuestro trabajo y nuestra forma de vivir quedarán también plasmados de forma material en lugares y objetos. Está en todo aquello que nos rodea y que de alguna u otra forma es parte de nosotros, como nosotros lo somos de la Naturaleza.

El patrimonio, tanto material como inmaterial, es esto. Es el recuerdo y la memoria de los que nos precedieron en este mundo. De los que, mucho antes que nosotros, intentaron vivir su vida salvando, al igual que hoy nosotros mismos, cada piedra en el camino de la mejor forma que buena o malamente pudieron. Nosotros no estábamos allí, no podemos juzgarlos, pero no cabe duda que hoy somos lo que somos como resultado de las acciones de otros.

Por ello, hemos de aprender de toda esta experiencia pasada y hemos de pensar que igualmente nuestros actos van a determinar el mundo de aquellos que aún no lo han conocido.

Para poder aprender de toda esta memoria colectiva, de toda esta experiencia acumulada por la Historia es nuestra obligación, y nuestro derecho, el conocerla, respetarla y preservarla, para poder continuar avanzando. Al mismo tiempo, con nuestra propia experiencia, la aumentamos, enriqueciéndola, para que sirva a las generaciones futuras. El fin, intentar no caer en los errores que, sin embargo, una y otra vez se repiten, en difentes épocas, con diferentes mentalidades, con diferentes medios, pero siempre con la misma base.

La evolución es, pues, el aprendizaje de estos errores, el no volver a cometerlos. Es avanzar con paso firme por esta senda hacia lo desconocido sabiendo el largo camino que dejamos atrás.

El patrimonio no hay que buscarlo sólo en grandes pirámides ni catedrales, ni en la vida y obras de grandes personajes. Lo son también montañas y árboles, ríos y mares, y todos los seres vivos que habitan estos lugares. A nivel local, está en la intrahistoria de los pueblos, donde existe un gran patrimonio perdido, descuidado, olvidado y poco valorado por los descendientes directos de los que lo constituyeron. El patrimonio local es la memoria de nuestros padres y abuelos, de nuestros antepasados. Es la experiencia que dejaron en nuestro entorno, es el presente, y futuro, que nos legaron. Es el espacio donde transcurre nuestro día a día, en el que los que vivieron en él antes que nosotros hicieron que hoy podamos llamarlo hogar. Este es nuestro gran tesoro.

En esta ventana al mundo en la que se me brinda la oportunidad de escribir intentaré, en la medida de lo posible y en lo que mi capacidad como persona me permita, poner en valor y dar a conocer el tesoro que encierra este singular valle perdido que hoy conocemos como Llano de Zafarraya. Y por ello invito a todo aquel que pueda y quiera participar a seguirlo y mejorarlo con todo el conocimiento y recuerdos que entre todos podamos reunir, pues no es este asunto competencia de uno ni de dos, sino de todos aquellos cuyas vidas pasen o se crucen por esta mota de polvo en la inmensidad del Universo.

Emprendemos el camino, Zafarraya en la Senda.

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