Mi muy querido señor:
En el estado de incertidumbre en el que su siempre gratísima presencia me ocasiona, y que altera de forma irremediable el sentimiento de afecto que le profeso, le escribo estas letras con la esperanza de un inminente encuentro añorado.
Sentada junto a la ventana en mis aposentos, veo como languidecen los días y las semanas, siempre a la espera de buenas nuevas, que me anuncien una posible visita suya.
Deseosa de oír de nuevo las dilatadas y embelesadas charlas de las que usted, como buen catedrático de la vida, hace gala en las habituales reuniones mensuales, y que tiene a bien deleitarnos con exquisita elocuencia.
Desde la primavera pasada casi nada sé de usted. No sé qué ha podido ocurrir para este largo e indeseado alejamiento.
Me dicen mis allegados que su distanciamiento no es tal, que no he de preocuparme por sus largas ausencias, que otros requerimientos os alejan de este lugar insulso desde que usted no nos ofrece su saber estar y sus fugaces, cual estrellas, anheladas visitas.
¿Quizás ha sido el ímpetu de mis palabras escritas, lo que le ha llevado a un alejamiento a la espera de que mis arrebatos lingüísticos apasionados rebajen mi ardor? Pues parece ser que a usted le turban.
No tema, amigo mio, no es más que mi arrobamiento por lo que considero un alma libre de vileza, capaz de las más grandes hazañas y cargado de adoración hacia los demás, lo que engrandece, aún más si cabe, mi total idolatracion hacia su persona.
Avida me hallo, de que tenga a bien vehiculizar esta amistad por un sendero que nos guíe hacia el más próspero entendimiento de nuestros sentimientos, a fin de poder laxar mi desbocado corazón, que solo anhela ir acompasado con el suyo.
Sin más dilación, es gracia que espero recibir de su recto proceder, una pronta respuesta a mis impetuosos requerimientos.
Siempre suya, M.P.
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