La muerte de ViriatoQuién le iba a decir a Cepión que su famosa frase iba a dar tanto juego. Hispania se ha ganado, a través de los siglos, la fama de belicosa, amén de otras muchas gracias.

Cuando se intentaba conquistar este país, el invasor se topaba con un pueblo orgulloso y aguerrido, dispuesto a defender a toda costa su territorio. Pero también había luchas internas, siempre las ha habido y por desgracia, las seguirá habiendo.

Si se llevan con armonía, porque las luchas se pueden tratar como mejor nos convenga, el resultado será propicio para una coexistencia sana y alterna. Pero cuando un energúmeno hispano es capaz de arrancarse el cabello por esos arrebatos que le hacen famoso y pierde la compostura, pierde la lucha, la batalla y la guerra.

Sin reconocer su derrota, culpa a todo ser viviente de su frustración, ese malogro que él mismo se ha buscado.

¡Oh qué pérfido todo aquel que osa traicionar su autarquía!

¡Oh Judas infame que lo exilias a la oscura tierra del laboreo ya olvidado!

Este obtuso hispano, que consigue celebridad a costa de demagogas campañas que desvirtuan la verdad de las políticas sanas, seguirá en su empeño de luchas traicioneras, aún cuando dé tregua a sus continuos arranques impetuosos, para tomar quizás más impulso con su regreso a la cruzada, en un intento para liberar al pueblo de esa “odiosa organización social”, de la cual él ha hecho uso, solo para sus intereses personales y de poder.

Los ursaonenses acabaron con Viriato, pero lejos de derrotar al guerrero, crearon un mito. Quinto Servilio Cepión esperaba gloria y el camino libre para hacer de Hispania una región romana, y lo que consiguió fue una frase para la posteridad que no es leal, legal ni cierta, porque, ¿quien decide quien es el traidor?... ¿otro traidor?

 

 El cuadro que aparece en el artículo se titula La muerte de Viriato, de José Madrazo y se puede contemplar en el museo del Prado.

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