Cuanto tiempo llevamos oyendo en los medios que tras el rescate al sector financiero, el gobierno iba a crear un banco malo para absorber todos los activos tóxicos que se habían generado en los últimos años; años vividos por encima de nuestras posibilidades... según nos cuentan.
No paramos de escuchar cifras y cantidades astronómicas de euros, que al común de los mortales nos parecen casi imposibles: no se cuantos millones para caja no se qué, otros tantos para caja no se cuantos... millones, millones, millones... toda una orgía de millones, obscena y asquerosa, si, definitivamente asquerosa.
Y mientras tanto, casi seis millones de personas en paro, muchas de las cuales, tras agotar su prestación o su ayuda social, se enfrentan a algo que pensábamos que estaba erradicado de nuestra “moderna sociedad”: el hambre.
Hambre como la de la posguerra, cruda y dolorosa, disfrazada de modernidad y buenas señales económicas, brotes verdes, progreso y tecnología... pero hambre al fin y al cabo. Hambre que cada día nos hace descubrir que hay miles de padres y madres incapaces de poner en sus mesas, algo que sus hijos e hijas puedan llevarse a la boca. Hambre, como la de antes, hambre como la de siempre, hambre... hambre... y los que tienen la sartén por el mango, pensando en el banco malo…
Pero amanece, que no es poco, otro banco: un banco con sus depósitos a tope de una divisa universal, moderna y a la vez tradicional, atemporal, indevaluable, de uso cotidiano aunque no tan generalizada como debiera, que todos poseemos en cantidades infinitas (si bien es cierto que algunos/as no saben o no quieren saber, que la tienen), y que aunque la regalemos, nuestra “cartilla” apenas lo nota. Esa divisa que los bancos malos no pueden presentar en sus balances contables, en sus cuentas de resultados en las presentaciones de los magníficos resultados económicos de sus ejercicios fiscales. Esa divisa que no requiere rescates de la Troika ni la visita de sus hombres de negro.
Esa moneda que es custodiada por la caja fuerte del corazón y que de vez en cuando ingresamos en otro banco: El banco de alimentos.
Acabamos de participar en la Gran recogida de alimentos 2013 colaborando con la Federación de Bancos de alimentos de Andalucía, Ceuta y Melilla y nos sentimos muy orgullosos de haberlo hecho, por nosotros, pero sobre todo, por todos esos cientos de miles de personas que en los próximos días, semanas o meses, podrán sacar de sus libretas algo más que números rojos para poder ofrecer a sus familias los frutos de la inversión en solidaridad que entre todos hemos ayudado a sacar del debe de nuestras vidas para ingesarlo en el haber de su desgraciada existencia… ¿de su desgraciada existencia?.
Para, para, Pablo. Reflexiona. ¿De la desgraciada existencia de quién?. ¡Pero si en ese saco estamos todos!. En esa tómbola cualquiera de nosotros puede “ganar”.
Ciertamente, ojalá que ninguno de los que leemos estas líneas nos veamos nunca en esa tesitura, pero mientras tanto, es hora de abrir una cuenta en ese Banco bueno que pondrá a buen recaudo nuestra moneda más preciada y valiosa: la solidaridad.
Con estas líneas me gustaría agradecer en mi nombre y si se me permite, en el de todos los que piensan que tienen una “desgraciada existencia”, a las personas que han ayudado a que nuestro Banco Bueno funcione.
A Carmen, Aurora, Mariluz, María, Ascensión, Marisol, Carmen, Soledad, Pepa, Nati, Mª Luisa, Esperanza, Luisita, Elvira, Isabel, Gracia, Salvador, Maria Dolores, Teresita, Conchi, Carmen y Felipe, Emilio, Rosario, Isabel yAuxi.
¡Gracias de corazón!.
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